Algo Radicalmente Pasajero

Un silencio abrumador baña las paredes de un lugar que no es ningún espacio en particular. Todo se vuelve denso y hostil. No hay nada o puede ser que haya todo. El tiempo es una duda y ese axioma se repite indefinidamente. A veces pareciera que va a llover, y otras que el sol lo devorará todo, tomándose las sombras a su paso y fundiéndolas en un abrazo cálido con un espectador anónimo. Afuera no importa. Todo el aliento está suspendido en el aire.

Como si tuviese el poder de detener el tiempo, Charly Galuppo desarma pedazos suyos para jugar —con precisión mecánica— a ponernos en una posición de incomodidad frente a la imagen. El juego es a contrarreloj y en un abrir y cerrar de ojos aparecemos en la intimidad del hábitat de su taller, un lugar cálido y sombrío que también es el reservorio de sus dudas y ambiciones personalísimas. La operación es repetida una y otra vez como una pregunta sin respuesta ¿Qué hay adentro? ¿De qué color es la densidad de un cuerpo? ¿Cuánto vale el tiempo? ¿Qué olor tienen esos segundos de concupiscencia? ¿Somos capaces de construir un relato sobre nuestro entorno inmediato? ¿Cómo habitamos el silencio? ¿Cuáles son todas nuestras pieles y cómo las cubrimos de la inclemencia?

Siento que voy a desvanecerme en un lugar que me es ajeno. No me encuentro y los segundos se dilatan y pierden presencia. El hoy ya no me pertenece y creo que el ayer tampoco. No tengo fe en el mañana y vuelvo al mismo punto desde el que partí. Y no es un acto pesimista, sino una revelación de la inmediatez del ahora. Nunca más será tarde porque hoy armo y desarmo en partes iguales mi cuerpo, mi lugar y mi tiempo. Soy un pedazo de un todo que muta, como una fruta madura, a un nuevo estado de consciencia.

La imagen nos devuelve a un estado de quietud, y aunque todo se mueva en el trabajo de Galuppo, al mismo tiempo hay un recorte preciso del momento y una fugacidad abrumadora en el instante sereno. La contemplación no es ingenua, sino detenida y requisitoria y los ojos del artista están puestos en el espectador, que es el destinatario del voyeurismo objetual y corpóreo. A veces también parece que es un acto de amor, como sí quisiera regalarnos un pedazo de lo que le pertenece, así como la historia del arte constituyó a la pintura como una ventana al mundo. El recurso no es el mismo, pero el discurso sí y lo erige a partir de la desfragmentación en partículas carnales de la latente tensión del viejo dilema espacio-tiempo.

Giro en falso, repto e intento acariciar lo que alguna vez me perteneció. Miro detenidamente cada una de esas cosas que siempre me nublaron los ojos y las llenaron de agua salada que brotaban hacia adentro. Mi mano siempre está a una prudente distancia y pareciera no querer acercarse lo suficiente. Algo radicalmente pasajero me paraliza y no sé que es. No me atrevo a salir porque no sé si podré volver. Dudo pero decido avanzar y dejo que el tiempo se detenga otra vez ante mí, pero lo veo huir fugitivamente, exasperado y feroz y me quedo pensando que es el presente, que siempre se me escapa de las manos.

 

Buceando en la intimidad

Si algo sostiene a la pintura durante tantos siglos, si todavía vemos en ella a un medio con la legitimidad para interpelarnos, si sus imágenes aún pueden causar una respuesta emocional en quien las mira, es sin lugar a dudas porque en ella encontramos una clave que nos conecta con el tiempo en el cual vivimos. Las grandes obras maestras comparten esta cualidad. Cada vez que nos acercamos a una pintura significativa, no podemos dejar de divisar la trama de su contexto epocal impregnada en su superficie, como si fuera una capa o una pincelada más.

En las pinturas de Charly Galuppo se percibe, ante todo, esta marca epocal. No sólo por la manera en que interactúa con la fotografía – la gran productora de imágenes de nuestra contemporaneidad –, sino además, porque estas imágenes llaman la atención sobre una de las grandes transformaciones de nuestro tiempo: la puesta en circulación pública de la intimidad, que las redes sociales naturalizan y los medios de comunicación proyectan hacia el terreno del espectáculo.

En efecto, Galuppo explora una intimidad que no es propia. Se interna en el universo vital de unas chicas adolescentes cuya cotidianidad transcurre entre la puerilidad, el hastío y la seducción permanente, y lo retrata con la serena minuciosidad de un cirujano. Para esto, parte de fotografías tomadas por las protagonistas, quienes imprimen su mirada participante a las situaciones y los encuadres. Una mirada que – a su vez – está atravesada por las configuraciones visuales de nuestro tiempo y que oscila entre la instantánea, la curiosidad espía y la selfie.

Por decisión propia, el artista resuelve no intervenir sobre la elaboración de la toma; a lo sumo, aporta algunas intensidades autorizadas por su oficio de pintor. Mantiene los colores desnaturalizados por los cambios de iluminación, las sombras que borran los detalles de los objetos a contraluz, la promiscua claridad resultante de la sobreexposición del flash. Retiene los encuadres mal construidos, las deformaciones del lente gran angular, el desvanecimiento de los cuerpos en movimiento. Reproduce hasta el detalle más inútil o el elemento más indiferente a la composición. Pero pone un énfasis especial en la traducción de sutilezas, como la trasparencia de un vestido, un pliegue o los patrones repetitivos de un encaje, que dirigen la atención – a veces inconscientemente – hacia lugares incómodos de la representación. Estos toques ponen al desnudo la inquisición voyerista que se oculta detrás de la mirada prestada, y que el artista hace propia y transfiere – no sin cierta animosidad o perversión – al espectador.

De la vasta producción de registros cotidianos obtenidos por las jóvenes colaboradoras, Galuppo elige una ajustada cantidad para llevar adelante su proyecto. La serie Bruma púrpura (2012-2016) es el resultado de un recorte que toma la forma de un relato, aunque sea involuntario. A través de las pinturas que la componen – que conservan el formato fotográfico – accedemos a una suerte de álbum de imágenes que se parece poco a los antiguos álbumes familiares y mucho más a los que encontramos hoy en Facebook o Instagram. De ahí que el relato se presente como episódico y fragmentario: unos momentos de diversión grupal en la piscina, algún juego sensual para la cámara, un par de instantes robados cuando las fotografiadas no se dan cuenta, ciertas situaciones de remanso o distensión. El conjunto conforma una semblanza; quizás, un retrato generacional. De hecho, la identidad de las chicas está elidida en la mayoría de las tomas.

El tema de la intimidad distrae la atención sobre un punto importante del trabajo de Charly Galuppo. Y es que, a pesar de reproducir situaciones asociadas con ciertos espacios privados, su aproximación revela un distanciamiento singular. No se trata simplemente de la lejanía establecida por la ubicación de la cámara – que por lo general es bastante grande para fotografías de tipo intimista –, sino que, lo que se percibe como distante, es el propio posicionamiento del autor.

En la precisa duplicación de las imágenes-modelo, Galuppo evita trascender la superficie para involucrarse con sus personajes. Más bien, prefiere contemplarlas, auscultarlas, comprenderlas desde la distancia. Pero no ir más allá. En el retrato tradicional de los grandes maestros de la pintura, se valoraba mucho más la capacidad del artista para penetrar en la interioridad de sus modelos que su virtuosismo para reproducir exactamente su configuración exterior. De ahí que muchos de ellos modificaran el retrato con el fin de enaltecer la figura de quienes les habían comisionado el trabajo. También hubo algunos – como Goya – que se burlaron de sus retratados al traspasarlos a la tela. En cambio, Galuppo adopta la mirada contemporánea del etnólogo – que Hal Foster analiza en su libro El retorno de lo real (1996) – como si fuera el testigo de una realidad que se desarrolla frente a sus ojos y merece ser preservada para la posteridad, pero sin perturbación. La distancia favorece el punto de vista analítico, la visión crítica, la observación atenta. Y se opone a la obscena proximidad – a decir de Jean Baudrillard – que caracteriza a las imágenes que promueven los medios de comunicación.

Andy Warhol dijo alguna vez que le hubiera gustado ser una máquina. Sin embargo, aunque Charly Galuppo pareciera actuar como tal, es claro que su objetivo no es ese. Galuppo no renuncia al lugar del autor. Es consciente de este lugar, lo valora y lo practica. En sus obras hay una intención clara de examinar el mundo en el que vivimos e invitarnos a meditar sobre él. Y al hacerlo, resalta una de las mayores potencialidades que han caracterizado a la pintura a lo largo de toda su historia.

Bruma Púrpura 02

Realismo contemporáneo

La contemporaneidad en el universo de las artes visuales ha llegado a instancias donde los límites parecieran desplazarse siempre un paso más adelante y así habilitar nuevas formas expresivas y creativas. La necesidad del cambio permanente, la exigencia de la inmediatez, ofrecen un panorama desafiante y alentador pero al mismo tiempo, descoloca a muchos artistas que comienzan a sentir cierta incomodidad, como si su trabajo quedase encerrado en el pasado, respondiendo a una composición discursiva que,  por tan “tradicional”,  se ve obligada a justificar su vigencia para no quedar obsoleta. Técnicas y estilos que podrían ser dignos exponentes del arte moderno de los siglos XIX y XX, son cuestionados desde las demandas que impone lo contemporáneo y hay quienes logran sostener sus elecciones estéticas aunque sin dejar de problematizarlas.

Charly Galuppo es dueño de una obra de factura exquisita y alto virtuosismo técnico. Es exactamente el tipo de obra que frente a muchas de las propuestas artísticas contemporáneas, se presta a debate por su fuerte impronta realista. ¿Es válida en la escena actual la persistencia de ciertas elecciones estéticas que parecieran responder a otro tiempo?.  En mi opinión, la democratización sin precedentes que experimenta el siglo XXI, habilita la posibilidad del “todo vale”, pero eso debe ir  acompañado de interrogantes que pongan en crisis la obra. A través de los años y sus distintas series, la obra de Charly ha logrado mantener la esencia del realismo que lo construye a él como persona pero también como el artista que se despega de la mímesis sutilmente, que introduce la indeterminación en un modo de representación que no habilita el error ni las interpretaciones más allá de una réplica cuasi fotográfica de la realidad. Elegir  distanciarse de esos “debe” que impone el realismo como “ismo” artístico y al mismo tiempo seguir haciendo pie en sus fundamentos, es el equilibrio buscado entre cuestionar los límites pero sin traicionar la identidad de la obra. Una obra que focaliza en la realidad como referente pero donde la ilusión hiperrealista se desvanece en los detalles que denuncian el alejamiento del acabado preciso.

Entiendo que solamente aquel que maneja a la perfección una técnica  es capaz de utilizarla aún para fines, en principio, contradictorios a su propia naturaleza.  Los quiebres son evidentes en el trabajo de Charly Galuppo: el uso dramático de la paleta en los cuerpos de los personajes, las incómodas y mínimas pero notorias indefiniciones donde esperamos precisión, las insinuaciones de lo apenas esbozado, las telas que pasan de los grandes formatos que nos sumergen en la acción, hasta pequeños e íntimos relatos. Sin embargo, aun en la ruptura, hay constantes que atraviesan todas las series y van cobrando mayor presencia si las comparamos cronológicamente: la figura humana persiste en su rol protagónico,  siendo mayormente mujeres jóvenes que se nos revelan desde alguna parte de su cuerpo que será el encargado de invitarnos a participar de la obra para que luego intentemos construir el relato.

Porque no vamos a encontrar muchos rostros que nos guíen; los rostros, por lo general, nos evitan. Distintos recursos permiten alejar los rostros del primer plano: ojos cerrados, cabezas giradas, cuerpos de espalda, la mirada seccionada o literalmente velada. Como si todo aquello que puede y logra transmitir un rostro que interpela con sus ojos,  estuviese reservado solamente para el artista y él decide no compartirlo con el espectador.  Y este dato enlaza perfectamente con el hecho que la figuración que maneja Charly, necesita de la presencia de la fotografía como principal aliada; es ella la que permite que todas las pinturas partan del registro en película. Es interesante el caso de su serie más reciente, Bruma Púrpura, donde son las mismas protagonistas de las pinturas las encargadas de tomar registro de su entorno inmediato con una cámara provista por el artista y será él quien, finalmente, haga la selección creativa y el “corte” final sobre ese material provisto de primera mano. Y solamente podrá trabajar desde la materia prima que le traigan como punto de partida: esas imágenes tomadas por ellas para él, donde lo que no se haya fotografiado, no se podrá inventar o reponer. Un juego que consta de dos instancias: el azar encerrado en una cámara de fotos que lleva en sí el registro incierto de la mirada del otro y luego, la intención del artista que tiene que desgajar su punto de vista a partir de lo que le es dado.

Charly Galuppo es un artista realista y su obra es tan contemporánea como puede serlo cualquier otra obra que busque poner en jaque las convenciones de la representación, que incorpore la reflexión y presente un desafío para el espectador proponiéndole una nueva perspectiva.  Pero también un desafío para el propio artista al correrlo de un espacio donde se copie a sí mismo sin más, o caiga en el lugar común de hacer gala de la técnica que domina con maestría.

El desplazamiento de la realidad

Imaginemos un universo donde sólo pueden existir pocos elementos: un cuerpo de mujer, una actitud ambigua en ese cuerpo de mujer, una habitación con un sillón anaranjado, la oscuridad de esa habitación rodeando a ese cuerpo de mujer que está distendido en el suelo si es que no tiene alguna parte de su cuerpo sobre el sillón.

Imaginemos ahora esos pocos elementos combinados de diferente modo. Entonces nos encontramos con gran parte de la serie de pinturas de Charly Galuppo, con este universo detenido en la ambigüedad que construye tan sólo con lo indispensable.

La búsqueda de literalidad y exactitud en su modo de representación convive con el mínimo de literalidad y exactitud desde el aspecto del relato. ¿Es una escena sensual o es una escena de crimen? ¿Estas mujeres perfectas casi reales están durmiendo o bajo el efecto de shock? ¿Están disfrutando, melancólicas o están sobrellevando una tragedia? Al parecer están entregadas pero esto tampoco es tan evidente. La indeterminación que habita la superficie de estas pinturas es precisamente lo que las hace conmovedoras. Asistimos a la perfección de la representación de la realidad al mismo tiempo que a la imprecisión de lo que está sucediendo.

Lo que está sucediendo queda velado tras las texturas impecables de las ropas que visten estos cuerpos femeninos también impecables. Porque se trata de profundizar, en cambio, en la realidad que pasa desapercibida detrás o sobre nuestros cuerpos: las venas azules en la frente o en las manos, las arrugas de las plantas de los pies, las mejillas que caen por su propio peso, las huellas del traje de baño o los huesos marcando la superficie de la piel. Se trata de darle al cuerpo la representación de la carne y la consistencia de sus músculos.

Nos encontramos frente a uno de esos casos paradigmáticos en los cuales no estamos seguros si la realidad excede a la representación o la representación excede a la realidad. Pero si hay algo de lo que no podemos dudar es que en las obras de Charly Galuppo ocurren dos cosas. En primer lugar nos enfrentamos a uno de esos casos incondicionales de virtuosismo técnico que con sólo una paleta de seis colores nos ofrece una pintura que rebosa los límites de la mímesis y al verla podemos confundirla, admirados, con una fotografía. Y en segundo lugar, tampoco podemos dudar de su valioso gesto artístico que reside, justamente en una época como la nuestra en la que hasta la percepción del mundo se volvió fotográfica, en reemplazar el obrar de la máquina por el obrar de la mano.

Sin olvidar la estricta y ortodoxa precisión realista, realiza un desplazamiento al verosímil pictórico actualizando todas las huellas de la representación fotográfica. En esta traducción deja al descubierto la base en la que se erige su universo iconográfico, a través del reencuadre, la iluminación dura del flash, la perspectiva propia del uso de un gran angular, o el desenfoque de los fondos.

Esto lo vemos más claramente en sus obras de menor dimensión, en las que hace uso de la fragmentación de las escenas que se representan. En ellas la intencionalidad está puesta en el punto de vista, en la intimidad del encuentro de la cámara con las modelos, convocando al género retrato con un carácter de lo más sensual.

Considerando que sus pinturas son la representación de una realidad ya representada a través de la sensibilidad de la cámara, no estamos frente a la presencia de su experiencia inmediata con estas mujeres sino que su aproximación a estos cuerpos está mediada tanto como está mediada prácticamente toda nuestra percepción en la contemporaneidad. Claramente es un tipo de pintura que no puede existir sin la fotografía y en eso radica lo admirable de su obra.

Sólo mediante una reflexión profunda de las percepciones contemporáneas se llega a este tipo de pintura actual, y es a esta reflexión que nos hace llegar  Charly Galuppo a través de sus pinturas.

Interior Vertical
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Algo Radicalmente Pasajero

Algo Radicalmente Pasajero

Un silencio abrumador baña las paredes de un lugar que no es ningún espacio en particular. Todo se vuelve denso y hostil. No hay nada o puede ser que haya todo. El tiempo es una duda y ese axioma se repite indefinidamente. A veces pareciera que va a llover, y otras que el sol lo devorará todo, tomándose las sombras a su paso y fundiéndolas en un abrazo cálido con un espectador anónimo. Afuera no importa. Todo el aliento está suspendido en el aire.

Como si tuviese el poder de detener el tiempo, Charly Galuppo desarma pedazos suyos para jugar —con precisión mecánica— a ponernos en una posición de incomodidad frente a la imagen. El juego es a contrarreloj y en un abrir y cerrar de ojos aparecemos en la intimidad del hábitat de su taller, un lugar cálido y sombrío que también es el reservorio de sus dudas y ambiciones personalísimas. La operación es repetida una y otra vez como una pregunta sin respuesta ¿Qué hay adentro? ¿De qué color es la densidad de un cuerpo? ¿Cuánto vale el tiempo? ¿Qué olor tienen esos segundos de concupiscencia? ¿Somos capaces de construir un relato sobre nuestro entorno inmediato? ¿Cómo habitamos el silencio? ¿Cuáles son todas nuestras pieles y cómo las cubrimos de la inclemencia?

Siento que voy a desvanecerme en un lugar que me es ajeno. No me encuentro y los segundos se dilatan y pierden presencia. El hoy ya no me pertenece y creo que el ayer tampoco. No tengo fe en el mañana y vuelvo al mismo punto desde el que partí. Y no es un acto pesimista, sino una revelación de la inmediatez del ahora. Nunca más será tarde porque hoy armo y desarmo en partes iguales mi cuerpo, mi lugar y mi tiempo. Soy un pedazo de un todo que muta, como una fruta madura, a un nuevo estado de consciencia.

La imagen nos devuelve a un estado de quietud, y aunque todo se mueva en el trabajo de Galuppo, al mismo tiempo hay un recorte preciso del momento y una fugacidad abrumadora en el instante sereno. La contemplación no es ingenua, sino detenida y requisitoria y los ojos del artista están puestos en el espectador, que es el destinatario del voyeurismo objetual y corpóreo. A veces también parece que es un acto de amor, como sí quisiera regalarnos un pedazo de lo que le pertenece, así como la historia del arte constituyó a la pintura como una ventana al mundo. El recurso no es el mismo, pero el discurso sí y lo erige a partir de la desfragmentación en partículas carnales de la latente tensión del viejo dilema espacio-tiempo.

Giro en falso, repto e intento acariciar lo que alguna vez me perteneció. Miro detenidamente cada una de esas cosas que siempre me nublaron los ojos y las llenaron de agua salada que brotaban hacia adentro. Mi mano siempre está a una prudente distancia y pareciera no querer acercarse lo suficiente. Algo radicalmente pasajero me paraliza y no sé que es. No me atrevo a salir porque no sé si podré volver. Dudo pero decido avanzar y dejo que el tiempo se detenga otra vez ante mí, pero lo veo huir fugitivamente, exasperado y feroz y me quedo pensando que es el presente, que siempre se me escapa de las manos.

 

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Buceando en la intimidad

Buceando en la intimidad

Si algo sostiene a la pintura durante tantos siglos, si todavía vemos en ella a un medio con la legitimidad para interpelarnos, si sus imágenes aún pueden causar una respuesta emocional en quien las mira, es sin lugar a dudas porque en ella encontramos una clave que nos conecta con el tiempo en el cual vivimos. Las grandes obras maestras comparten esta cualidad. Cada vez que nos acercamos a una pintura significativa, no podemos dejar de divisar la trama de su contexto epocal impregnada en su superficie, como si fuera una capa o una pincelada más.

En las pinturas de Charly Galuppo se percibe, ante todo, esta marca epocal. No sólo por la manera en que interactúa con la fotografía – la gran productora de imágenes de nuestra contemporaneidad –, sino además, porque estas imágenes llaman la atención sobre una de las grandes transformaciones de nuestro tiempo: la puesta en circulación pública de la intimidad, que las redes sociales naturalizan y los medios de comunicación proyectan hacia el terreno del espectáculo.

En efecto, Galuppo explora una intimidad que no es propia. Se interna en el universo vital de unas chicas adolescentes cuya cotidianidad transcurre entre la puerilidad, el hastío y la seducción permanente, y lo retrata con la serena minuciosidad de un cirujano. Para esto, parte de fotografías tomadas por las protagonistas, quienes imprimen su mirada participante a las situaciones y los encuadres. Una mirada que – a su vez – está atravesada por las configuraciones visuales de nuestro tiempo y que oscila entre la instantánea, la curiosidad espía y la selfie.

Por decisión propia, el artista resuelve no intervenir sobre la elaboración de la toma; a lo sumo, aporta algunas intensidades autorizadas por su oficio de pintor. Mantiene los colores desnaturalizados por los cambios de iluminación, las sombras que borran los detalles de los objetos a contraluz, la promiscua claridad resultante de la sobreexposición del flash. Retiene los encuadres mal construidos, las deformaciones del lente gran angular, el desvanecimiento de los cuerpos en movimiento. Reproduce hasta el detalle más inútil o el elemento más indiferente a la composición. Pero pone un énfasis especial en la traducción de sutilezas, como la trasparencia de un vestido, un pliegue o los patrones repetitivos de un encaje, que dirigen la atención – a veces inconscientemente – hacia lugares incómodos de la representación. Estos toques ponen al desnudo la inquisición voyerista que se oculta detrás de la mirada prestada, y que el artista hace propia y transfiere – no sin cierta animosidad o perversión – al espectador.

De la vasta producción de registros cotidianos obtenidos por las jóvenes colaboradoras, Galuppo elige una ajustada cantidad para llevar adelante su proyecto. La serie Bruma púrpura (2012-2016) es el resultado de un recorte que toma la forma de un relato, aunque sea involuntario. A través de las pinturas que la componen – que conservan el formato fotográfico – accedemos a una suerte de álbum de imágenes que se parece poco a los antiguos álbumes familiares y mucho más a los que encontramos hoy en Facebook o Instagram. De ahí que el relato se presente como episódico y fragmentario: unos momentos de diversión grupal en la piscina, algún juego sensual para la cámara, un par de instantes robados cuando las fotografiadas no se dan cuenta, ciertas situaciones de remanso o distensión. El conjunto conforma una semblanza; quizás, un retrato generacional. De hecho, la identidad de las chicas está elidida en la mayoría de las tomas.

El tema de la intimidad distrae la atención sobre un punto importante del trabajo de Charly Galuppo. Y es que, a pesar de reproducir situaciones asociadas con ciertos espacios privados, su aproximación revela un distanciamiento singular. No se trata simplemente de la lejanía establecida por la ubicación de la cámara – que por lo general es bastante grande para fotografías de tipo intimista –, sino que, lo que se percibe como distante, es el propio posicionamiento del autor.

En la precisa duplicación de las imágenes-modelo, Galuppo evita trascender la superficie para involucrarse con sus personajes. Más bien, prefiere contemplarlas, auscultarlas, comprenderlas desde la distancia. Pero no ir más allá. En el retrato tradicional de los grandes maestros de la pintura, se valoraba mucho más la capacidad del artista para penetrar en la interioridad de sus modelos que su virtuosismo para reproducir exactamente su configuración exterior. De ahí que muchos de ellos modificaran el retrato con el fin de enaltecer la figura de quienes les habían comisionado el trabajo. También hubo algunos – como Goya – que se burlaron de sus retratados al traspasarlos a la tela. En cambio, Galuppo adopta la mirada contemporánea del etnólogo – que Hal Foster analiza en su libro El retorno de lo real (1996) – como si fuera el testigo de una realidad que se desarrolla frente a sus ojos y merece ser preservada para la posteridad, pero sin perturbación. La distancia favorece el punto de vista analítico, la visión crítica, la observación atenta. Y se opone a la obscena proximidad – a decir de Jean Baudrillard – que caracteriza a las imágenes que promueven los medios de comunicación.

Andy Warhol dijo alguna vez que le hubiera gustado ser una máquina. Sin embargo, aunque Charly Galuppo pareciera actuar como tal, es claro que su objetivo no es ese. Galuppo no renuncia al lugar del autor. Es consciente de este lugar, lo valora y lo practica. En sus obras hay una intención clara de examinar el mundo en el que vivimos e invitarnos a meditar sobre él. Y al hacerlo, resalta una de las mayores potencialidades que han caracterizado a la pintura a lo largo de toda su historia.

Bruma Púrpura 02
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Realismo contemporáneo

Realismo contemporáneo

La contemporaneidad en el universo de las artes visuales ha llegado a instancias donde los límites parecieran desplazarse siempre un paso más adelante y así habilitar nuevas formas expresivas y creativas. La necesidad del cambio permanente, la exigencia de la inmediatez, ofrecen un panorama desafiante y alentador pero al mismo tiempo, descoloca a muchos artistas que comienzan a sentir cierta incomodidad, como si su trabajo quedase encerrado en el pasado, respondiendo a una composición discursiva que,  por tan “tradicional”,  se ve obligada a justificar su vigencia para no quedar obsoleta. Técnicas y estilos que podrían ser dignos exponentes del arte moderno de los siglos XIX y XX, son cuestionados desde las demandas que impone lo contemporáneo y hay quienes logran sostener sus elecciones estéticas aunque sin dejar de problematizarlas.

Charly Galuppo es dueño de una obra de factura exquisita y alto virtuosismo técnico. Es exactamente el tipo de obra que frente a muchas de las propuestas artísticas contemporáneas, se presta a debate por su fuerte impronta realista. ¿Es válida en la escena actual la persistencia de ciertas elecciones estéticas que parecieran responder a otro tiempo?.  En mi opinión, la democratización sin precedentes que experimenta el siglo XXI, habilita la posibilidad del “todo vale”, pero eso debe ir  acompañado de interrogantes que pongan en crisis la obra. A través de los años y sus distintas series, la obra de Charly ha logrado mantener la esencia del realismo que lo construye a él como persona pero también como el artista que se despega de la mímesis sutilmente, que introduce la indeterminación en un modo de representación que no habilita el error ni las interpretaciones más allá de una réplica cuasi fotográfica de la realidad. Elegir  distanciarse de esos “debe” que impone el realismo como “ismo” artístico y al mismo tiempo seguir haciendo pie en sus fundamentos, es el equilibrio buscado entre cuestionar los límites pero sin traicionar la identidad de la obra. Una obra que focaliza en la realidad como referente pero donde la ilusión hiperrealista se desvanece en los detalles que denuncian el alejamiento del acabado preciso.

Entiendo que solamente aquel que maneja a la perfección una técnica  es capaz de utilizarla aún para fines, en principio, contradictorios a su propia naturaleza.  Los quiebres son evidentes en el trabajo de Charly Galuppo: el uso dramático de la paleta en los cuerpos de los personajes, las incómodas y mínimas pero notorias indefiniciones donde esperamos precisión, las insinuaciones de lo apenas esbozado, las telas que pasan de los grandes formatos que nos sumergen en la acción, hasta pequeños e íntimos relatos. Sin embargo, aun en la ruptura, hay constantes que atraviesan todas las series y van cobrando mayor presencia si las comparamos cronológicamente: la figura humana persiste en su rol protagónico,  siendo mayormente mujeres jóvenes que se nos revelan desde alguna parte de su cuerpo que será el encargado de invitarnos a participar de la obra para que luego intentemos construir el relato.

Porque no vamos a encontrar muchos rostros que nos guíen; los rostros, por lo general, nos evitan. Distintos recursos permiten alejar los rostros del primer plano: ojos cerrados, cabezas giradas, cuerpos de espalda, la mirada seccionada o literalmente velada. Como si todo aquello que puede y logra transmitir un rostro que interpela con sus ojos,  estuviese reservado solamente para el artista y él decide no compartirlo con el espectador.  Y este dato enlaza perfectamente con el hecho que la figuración que maneja Charly, necesita de la presencia de la fotografía como principal aliada; es ella la que permite que todas las pinturas partan del registro en película. Es interesante el caso de su serie más reciente, Bruma Púrpura, donde son las mismas protagonistas de las pinturas las encargadas de tomar registro de su entorno inmediato con una cámara provista por el artista y será él quien, finalmente, haga la selección creativa y el “corte” final sobre ese material provisto de primera mano. Y solamente podrá trabajar desde la materia prima que le traigan como punto de partida: esas imágenes tomadas por ellas para él, donde lo que no se haya fotografiado, no se podrá inventar o reponer. Un juego que consta de dos instancias: el azar encerrado en una cámara de fotos que lleva en sí el registro incierto de la mirada del otro y luego, la intención del artista que tiene que desgajar su punto de vista a partir de lo que le es dado.

Charly Galuppo es un artista realista y su obra es tan contemporánea como puede serlo cualquier otra obra que busque poner en jaque las convenciones de la representación, que incorpore la reflexión y presente un desafío para el espectador proponiéndole una nueva perspectiva.  Pero también un desafío para el propio artista al correrlo de un espacio donde se copie a sí mismo sin más, o caiga en el lugar común de hacer gala de la técnica que domina con maestría.

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El desplazamiento de la realidad

El desplazamiento de la realidad

Imaginemos un universo donde sólo pueden existir pocos elementos: un cuerpo de mujer, una actitud ambigua en ese cuerpo de mujer, una habitación con un sillón anaranjado, la oscuridad de esa habitación rodeando a ese cuerpo de mujer que está distendido en el suelo si es que no tiene alguna parte de su cuerpo sobre el sillón.

Imaginemos ahora esos pocos elementos combinados de diferente modo. Entonces nos encontramos con gran parte de la serie de pinturas de Charly Galuppo, con este universo detenido en la ambigüedad que construye tan sólo con lo indispensable.

La búsqueda de literalidad y exactitud en su modo de representación convive con el mínimo de literalidad y exactitud desde el aspecto del relato. ¿Es una escena sensual o es una escena de crimen? ¿Estas mujeres perfectas casi reales están durmiendo o bajo el efecto de shock? ¿Están disfrutando, melancólicas o están sobrellevando una tragedia? Al parecer están entregadas pero esto tampoco es tan evidente. La indeterminación que habita la superficie de estas pinturas es precisamente lo que las hace conmovedoras. Asistimos a la perfección de la representación de la realidad al mismo tiempo que a la imprecisión de lo que está sucediendo.

Lo que está sucediendo queda velado tras las texturas impecables de las ropas que visten estos cuerpos femeninos también impecables. Porque se trata de profundizar, en cambio, en la realidad que pasa desapercibida detrás o sobre nuestros cuerpos: las venas azules en la frente o en las manos, las arrugas de las plantas de los pies, las mejillas que caen por su propio peso, las huellas del traje de baño o los huesos marcando la superficie de la piel. Se trata de darle al cuerpo la representación de la carne y la consistencia de sus músculos.

Nos encontramos frente a uno de esos casos paradigmáticos en los cuales no estamos seguros si la realidad excede a la representación o la representación excede a la realidad. Pero si hay algo de lo que no podemos dudar es que en las obras de Charly Galuppo ocurren dos cosas. En primer lugar nos enfrentamos a uno de esos casos incondicionales de virtuosismo técnico que con sólo una paleta de seis colores nos ofrece una pintura que rebosa los límites de la mímesis y al verla podemos confundirla, admirados, con una fotografía. Y en segundo lugar, tampoco podemos dudar de su valioso gesto artístico que reside, justamente en una época como la nuestra en la que hasta la percepción del mundo se volvió fotográfica, en reemplazar el obrar de la máquina por el obrar de la mano.

Sin olvidar la estricta y ortodoxa precisión realista, realiza un desplazamiento al verosímil pictórico actualizando todas las huellas de la representación fotográfica. En esta traducción deja al descubierto la base en la que se erige su universo iconográfico, a través del reencuadre, la iluminación dura del flash, la perspectiva propia del uso de un gran angular, o el desenfoque de los fondos.

Esto lo vemos más claramente en sus obras de menor dimensión, en las que hace uso de la fragmentación de las escenas que se representan. En ellas la intencionalidad está puesta en el punto de vista, en la intimidad del encuentro de la cámara con las modelos, convocando al género retrato con un carácter de lo más sensual.

Considerando que sus pinturas son la representación de una realidad ya representada a través de la sensibilidad de la cámara, no estamos frente a la presencia de su experiencia inmediata con estas mujeres sino que su aproximación a estos cuerpos está mediada tanto como está mediada prácticamente toda nuestra percepción en la contemporaneidad. Claramente es un tipo de pintura que no puede existir sin la fotografía y en eso radica lo admirable de su obra.

Sólo mediante una reflexión profunda de las percepciones contemporáneas se llega a este tipo de pintura actual, y es a esta reflexión que nos hace llegar  Charly Galuppo a través de sus pinturas.

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